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Willie Colón: El Gran Varón – El malo del Bronx

Willie Colón ha conocido el sabor de la tentación, ha estado en la gloria y ha vivido en el dolor. Las calles de Nueva York fueron el primer escenario de su talento y luego cambió la historia de la música tropical junto a personajes como Rubén Blades y Héctor Lavoe. Colón es el último caballero de la salsa.

Por Andrés Schmucke | Agosto 2008 | GatoPardo.com

Un grupo de jóvenes se reúne en una esquina. Tienen entre 13 y 20 años, y todos visten como el rapero 50 Cent: con pantalones sueltos, franelas anchas de colores llamativos, camisetas blancas tres tallas más grandes, gorras de equipos de la NBA y zapatos blancos. Con sus bocas hacen un sonido que llama la atención de todos los transeúntes, que voltean a verlos. Los muchachos disparan versos sobre la discriminación, los problemas sociales y los conflictos amorosos. Sus cuerpos se mueven con el ritmo y se contorsionan en la acera al estilo del breakdance.

Más adelante, en la misma calle, frente a un café muy concurrido, un muchacho vestido con saco, pantalón y corbata, toca un trombón. El sonido que sale del instrumento recuerda al de Miles Davis o Charlie Parker. Su sombrero tirado en el piso sirve de improvisada taquilla para que los transeúntes le dejen algo de dinero.

En el horizonte se asoma la corpulenta figura de un hombre de más de 50 años, vestido de traje, a quien todos los caminantes saludan con afecto. Su barba en forma de candado, sus ojos cansados, el pelo canoso y una mirada profunda no pasan desapercibidos para nadie. Camina frente al grupo de chicos que rapean en una esquina, se detiene a observarlos durante unos minutos, mueve su cuerpo al ritmo de su música y sigue adelante.

Luego se detiene frente al chico que toca el trombón; el muchacho lo mira fijamente y detiene su concierto, la música deja de sonar durante unos instantes. El trombonista no puede creer quién está frente a él.

Entonces Willie Colón sonríe, se acerca al joven músico, le pone la mano en el hombro, le dice algo al oído, saca del bolsillo de su pantalón de seda italiana un billete que deposita en el sombrero acomodado en el suelo y sigue su camino.

«Yo era como ese muchacho que está tocando trombón en la esquina», dice Colón un poco después, mientras nos sentamos en una mesa del restaurante Tosca, ubicado en la avenida Tremont, en el Bronx. «Aquí en este barrio se puede apreciar una gran mezcla de culturas, de razas, de ritmos, de diferentes maneras de pensar, por eso fue aquí en las calles de la ciudad de Nueva York donde esa gran mezcla de cosas dio origen a la salsa».

El viernes 28 de abril de 1950 hacía calor en el Bronx y una niña embarazada, de tan sólo 16 años, llamada Aracelys, había roto fuentes. La adolescente se encontraba a punto de dar a luz a su se-gundo hijo, mientras su esposo William se encontraba trabajando en una fábrica. Fue la madre de la muchacha, la señora Antonia Pintor, la que se encargó de acompañar a la parturienta durante todo el proceso de traer a este mundo al niño William Anthony Colón Román. Fue Antonia, también, la que se encargó de la crianza del pequeño: le enseñó a hablar español —sus padres olvidaron el idioma cuando emigraron de Puerto Rico a Estados Unidos—, y lo impulsó hacia la música.

A los 11 años, su abuela le compró su primera trompeta. El instrumento costó 50 dólares, más del doble de la renta mensual del apartamento 139 al sur del Bronx donde vivía la familia. Con la ayuda de un músico negro apodado Chicho, quien vivía cerca de su casa, Colón aprendió a dominar el instrumento. Chicho le daba clases tres días a la semana en el barrio y Willie tocaba la primera trompeta con todas las orquestas del colegio: desde los novatos hasta los grupos de jazz.

Ahora es un señor que viste de traje, con una gran barriga cultivada a través de los años, canas en la barba y poco cabello. Su figura dista mucho de aquella estampa con la que se dio a conocer en los primeros años de su carrera, cuando empezó tocando el trombón en una esquina durante los veranos de su infancia: «Mi primer grupo lo empecé en el liceo a los 13 años, nos montábamos en una acera y pasábamos el sombrero para ver si nos podíamos comprar algún refresco después del show. Luego conocí a varios chamaquitos que tocaban y comencé un bandón grande que se llamaba Los Latin Jazz All Star. Ahí no había ni un solo all star, pues éramos todos unos novatos muy desafinados que apenas sabíamos tocar».

Influenciado por los grandes de la época, como Tito Puente y Pérez Prado, Los Latin Jazz All Star comenzaron a tocar en las diferentes escuelas del Bronx. Tocaban temas de las bandas más conocidas y llegó un momento en que la fiesta que armaban en la calle parecía una manifestación de desobediencia civil.

Tocando en la calle, Colón fue ganando experiencia, se fue haciendo un nombre. Un día de verano se le presentó su gran oportunidad: se encontraba dando un show con Los Latin Jazz All Star y escuchó la canción «Dolores la Pachanguera» del grupo de Joe Cotto.

El cantante de la pieza era un puertorriqueño de Mayagüez, llamado Mon Rivera. Fue ahí que escuchó por primera vez un solo de trombón: «Me impresioné muchísimo porque sonaba como una trompeta de elefante y pregunté: ‘¿Qué es eso? ¿Por qué nunca he escuchado un instrumento que suene así?’». Colón hizo sus averiguaciones y descubrió que lo que sonaba tan potentemente era un trombón de pistones. Así que desechó la trompeta, rompió su cochinito, juntó todos sus ahorros y con mucho esfuerzo pudo comprarse un trombón de pistones. Con este nuevo instrumento en sus manos formó un grupo llamado La Dinámica.

El sonido de Colón y La Dinámica comenzó a escucharse en El Cold Gate Gardens, un club en el Bronx. Hasta ese lugar llegó Mike Camadeo, enviado por el productor de la compañía Alegre Records, Al Santiago. Este último había sido el descubridor de figuras como Johnny Pacheco, Charlie Palmieri y Eddy Palmieri y vio en Colón un gran talento. Fue así como, en el año de 1965, Willie Colón de tan sólo 15 años, se metió en un estudio de grabación por primera vez.

La música lo mantuvo alejado de los problemas, pero la ciudad de Nueva York tenía sus tentaciones. Los muchachos a partir de los 18 años eran llevados por el servicio militar obligatorio a Vietnam, algunos nunca volvían y los que sí regresaban lo hacían mutilados, locos y con vicios: «Ya no servían para nada», dice Colón respirando profundo y cerrando los ojos como queriendo olvidar esos momentos. En la década de los sesenta muchos hombres jóvenes caminaban como zombis por el Bronx. La guerra, las drogas y la delincuencia acababan con una generación completa.

En esa época Colón se concentraba en la grabación de su primer disco. Pero faltaría aún un tiempo para que su carrera musical despegara: la compañía de Al Santiago cayó en bancarrota y el disco de Colón nunca salió a la venta. Así que el músico comenzó a visitar todas las compañías disqueras tratando de encontrar alguien a quién poderle vender las cintas. En ese momento el ingeniero de sonido que mezcló su disco inédito le preguntó si estaba de acuerdo con que le presentara la grabación a Jerry Masucci de La Fania. Willie accedió a la petición. Al poco tiempo lo contrataron para hacer parte de la orquesta que cambiaría la historia de la música tropical.

La voz aterciopelada del locutor y escritor venezolano César Miguel Rondón inunda la sala de conferencias donde se sienta a conversar.

Rondón es el autor del conocido Libro de la salsa, que se publicó por primera vez en el año de 1979 y que se ha convertido en un objeto de culto. Rondón y Colón se conocieron en 1973, la primera vez que La Fania visitó Caracas. El escritor, quien estudiaba Filosofía en la Universidad Central de Venezuela y era un «salsómano» empedernido, se enteró de que los músicos se encontraban ensayando en el hotel Ávila y fue para allá inventando que era periodista y que los iba a entrevistar. Allí abordó por primera vez a Colón, y empezaron una amistad que los une desde hace 35 años.

«Yo he dicho que Willie Colón era un talento musical importantísimo dentro del movimiento de la salsa, pero tenía limitaciones, no de gratis tocaba como tercer trombón de La Fania. Él no era un gran instrumentista ni tampoco era un gran arreglista, pero sí era un hombre muy inteligente, con mucho ingenio y muchísimo talento», dice. En las páginas del Libro de la salsa, Rondón es duro con Colón, critica el sonido de sus primeros discos, su falta de virtuosismo en el manejo de los instrumentos en comparación con personas como Yomo Toro o Barry Rogers, pero reconoce que es el creador de un estilo que le ha dado a la salsa sus más grandes momentos.

«Willie Colón en su primer disco era un trombonista desafinado», cuenta Rondón mientras responde un mensaje que ha llegado a su BlackBerry. Pero recuerda que el muchacho del Bronx le ofrecía al barrio de donde había salido una música culturalmente válida, porque las personas se identificaban con unas letras que relataban la cotidianidad de la gente pobre.

Cuando La Fania entró al estudio a grabar su primer disco, el director Johnny Pacheco le pidió a Colón que contactara a Héctor Pérez, mejor conocido como Héctor Lavoe. «Yo conocía a Héctor Lavoe desde hacía tiempo, éramos rivales y para mí era difícil hablar con él», Colón sonríe al recordar esto, mientras lleva una botella de cerveza Corona a sus labios. Luego de varias reuniones, llegaron al acuerdo de que Lavoe haría ese primer disco pero ningún otro, pues no estaba de acuerdo con el trabajo de la banda.

Lavoe hizo una actuación extraordinaria, pero el gran éxito del disco fue «Jazzy», una pieza instrumental compuesta por Colón. Así estaban las cosas cuando las contrataciones y los trabajos comenzaron a llegar. Willie nunca le pidió formalmente a Lavoe que se uniera a su grupo, pero lo llamaba por teléfono y le preguntaba: «Oye, ¿qué haces el sábado?», y él respondía: «No hago nada» y Colón le decía: «Bueno, vente que tenemos un guiso», y así continuaron trabajando juntos por ocho años. Llegó un momento en que ambos formaron uno de los binomios más recordados de la música latinoamericana.

Colón se identificaba mucho con Héctor porque él era un jíbaro de Puerto Rico, un campesino, y doña Toña, su abuela, también era una campesina que llegó a Estados Unidos y pasó 45 años trabajando en una fábrica para mantener a su familia. Con el paso del tiempo Willie y Héctor llegaron a entenderse muy bien; Lavoe tenía un repertorio de muchas canciones con un estilo diferente, un sentido del humor único y una chispa que gustó mucho al trombonista. La malicia que ambos traían de la calle la incluyeron en sus canciones.

La yunta entre Colón y Lavoe duró ocho años. En todo ese tiempo hicieron discos impresionantes. Rondón destaca esa etapa como una de las más gloriosas de la salsa: «La etapa con Héctor es la etapa de oro, la dupla Willie y Héctor fue la dupla; Héctor es un personaje maravilloso dentro de la salsa, él es un emblema, ese canto de barrio lo hizo grande, pero ese Héctor se consolida gracias a que estuvo a su lado Willie Colón».

En Panamá fue donde alcanzaron el estrellato, cuando un enviado del presidente de la república, Demetrio Lakas, los fue a buscar al aeropuerto para llevarlos ante la presencia del primer mandatario panameño y del general Torrijos: «Nos recibieron en el salón diplomático y nos dieron escoltas hasta el hotel, eso nos hizo grandes, pues en Nueva York éramos cualquier grupito, pero cuando volvimos de esa gira en Panamá, ya nos prestaron más atención. Ése es el momento en que llegamos a ser, entre comillas, estrellas», cuenta Colón.

Ernesto Hernández tiene un poco más de 30 años, es mexicano y da la impresión de estar siempre apurado. Ernesto se sienta en un sillón, pide una Coca–Cola Light, y mientras la espera, revisa el correo electrónico desde su laptop, hace un par de llamadas urgentes por su celular de última generación y le da algunas indicaciones a Willie. «Llevo 10 años como su manager y nunca he tenido un problema con él», dice. Cuenta que Colón pronto sacará un nuevo disco y que espera lograr apoyo para lanzarse a un puesto político en la ciudad de Nueva York: «Muchos latinos no tienen una voz fuerte que los represente en este estado, yo creo que Willie puede ser esa voz, ese líder que necesita la comunidad latina en la Gran Manzana».

Colón parece no escuchar ni una sola palabra de lo que comenta su manager. Le pregunto entonces por su adicción a las drogas. Su mirada cambia: «Yo no tenía mucha experiencia con las drogas, pero caí por la presión, por la influencia de los mayores que eran más exitosos». Sin embargo, se alejó de ellas cuando su hermana menor falleció a causa de una sobredosis, esto lo despertó y lo hizo dejar ese camino: «No me sentía bien, me daba vergüenza meterme drogas, por eso lo dejé».

Luego llegó lo que todos se esperaban pero en el fondo ninguno quería que ocurriera: la muerte de Héctor Lavoe. «Para mí no fue una sorpresa la muerte de Héctor, todos lo estábamos esperando, su muerte era inevitable». Cuando recibió la noticia, Colón se encontraba en la ciudad española de Sevilla en un show, salió a la tarima a tocar y a la mitad de la presentación se le hizo un nudo en la garganta y no pudo seguir, se disculpó con el público y se bajó del escenario. En ese momento escribió una conmovedora carta donde recordaba a su compañero de mil batallas.

Graduado en la Universidad del Refraneo con altos honores. Miembro del Gran Círculo de los Soneros de los Soneros. Poeta de la calle, maleante honorario, héroe y mártir de las guerras cuchifriteras donde batalló valientemente por muchísimos años. Los «capitanes de la mandinga» lo respetaban. Por eso lo bautizaron «El Cantante de los Cantantes». Los «beginers» le temían. Cuando se trataba de labia, Héctor Lavoe era un bravo. En cuestiones de negocio, amor y amistad, no lo era. El pueblo fue cómplice en esta tragedia. Héctor le podía mentar la madre a todo el mundo y el público se reía. Lo malcriaron.

La historia de Héctor Lavoe está llena de traiciones y desengaños. El jibarito good looking que volvía a todas las mamis locas, quería también ser un malote de barrio. Con el tiempo los «regalitos» de sus «amigos» del traqueteo se convirtieron en gruesas y pesadas cadenas. Este fallo repercutió en una serie fatal que al final nos llevó a ese muchacho que le cantó al Todopoderoso con todo su corazón.

También fue traicionado por el mundo del negocio; disqueros que siguen viviendo como jeques sauditas vendiendo sus discos y revendiéndolos en cd sin pagar regalías, mientras Lavoe quedó lánguido en su pobreza; promotores que le ofrecían migajas para poder vender boletos a sus espectáculos donde exhibían a El Cantante de los Cantantes en su agonía; impostores tratando de reclamar la carrera y la memoria de Héctor Lavoe como propiedad personal; la comunidad latina legal también le dio la espalda cuando reclamamos de su ayuda para defenderlo de la explotación; y yo, que también lo traicioné al no tener el valor de verlo en esa condición».

Un nuevo sorbo a su cerveza lo ayuda a pasar el trago amargo del recuerdo. Héctor Lavoe fue su hermano, su compinche, su compadre, uno de los hombres a quien más quiso, a quien más admiró: «Héctor es más grande que la vida, él es más que una leyenda, es una figura mítica, como un Carlos Gardel o un Elvis Presley, pero a mí me dio mucha tristeza que el tipo haya sido tan terco», su voz se corta, sus ojos se ponen vidriosos, la tristeza del pasado lo embarga.

A César Miguel Rondón le gusta tomar el café negro, sumamente caliente.

De su taza sale un humo blanco que se expande por toda la habitación, luego de beber un poco dice: «El proceso de Willie Colón con Rubén Blades que comienza con Metiendo mano y sigue con Siembra, revolucionó la historia de la salsa y la llevó a su punto más alto, a lo más grande».

Todo el mundo sabe que el disco Siembra de Willie Colón y Rubén Blades es el disco más vendido de la historia de la salsa, todo el mundo sabe que estas dos grandes estrellas de la música rompieron su relación en muy malos términos, pero son pocos los que conocen el momento en que ambos se conocieron.

La primera vez que Willie Colón vio a Rubén Blades fue en un club de yates: «Yo estaba con Héctor Lavoe y él se acercó con una libreta de canciones y comenzó a decirnos que él quería cantar. En verdad no estaba interesado, entre Héctor y yo componíamos todo lo que cantábamos, estábamos bien así». Pero a Blades se le conoce como un hombre insistente que no acepta un «no» como respuesta y comenzó a aparecerse en todas las presentaciones que daban Héctor Lavoe y Willie Colón en Nueva York, hasta que logró que, en un show, Colón lo llamara a la tarima para que cantara un par de canciones. «Él —Rubén Blades— estaba buscando dónde trabajar y se metió de mensajero en las oficinas de La Fania, pero por la malicia de poder ver las cartas, quién viene, quién va».

El autor de «Pedro Navaja» y actual ministro del turismo de Panamá ha dicho que él nunca más volverá a montarse en un escenario con Willie Colón, ya que le parece absurda la demanda que el trombonista neoyorquino le interpuso por una deuda que data del año 2003, cuando ambos se presentaron en un concierto en la ciudad de Puerto Rico.

En sus últimas presentaciones, Colón le ha dedicado a Blades el tema: «Te andan buscando», cuyo estribillo: «Por tu mala maña de irte sin pagar», es un ataque frontal a su ex compañero panameño.

El primer disco que sacaron fue Metiendo mano, el cual tuvo mucha aceptación por parte de la gente; después de ese disco montaron la orquesta y luego vino Siembra y con éste la locura. «Con las letras de Rubén pudimos meter la salsa en las casas de la gente de clase alta, muchos pensaban que la salsa era música solamente de barrio, pero con Siembra nos metimos a todo el mundo en el bolsillo, desde el albañil hasta el doctor», las metáforas en las letras y el sentido de conciencia que produjo Siembra causó una gran impresión en la gente.

Willie le da un nuevo trago a su cerveza Corona mientras una mujer de unos 40 años, morena, con el pelo ensortijado y lentes de sol, le acerca una servilleta y le pide un autógrafo. «Muy pocas veces yo le he alzado la voz a alguien que trabaja conmigo y eso pasó varias veces con Rubén, yo tenía que llamarle a él la atención, por eso, después de uno de esos incidentes yo le dije: «Si dices una palabra más yo te voy a sonar aquí mismo», fue muy difícil trabajar con él, yo soy el Lennon para el McCartney de Rubén».

Es una lástima lo que ha sucedido entre ellos», dice Soledad Bravo. La cantante se entristece cuando piensa que dos de las más grandes estrellas de la salsa de los últimos tiempos nunca más volverán a presentarse juntos. La robusta mujer —conocida en Venezuela por ser una de las grandes exponentes de la nueva trova cubana— siempre viste batolas indígenas como las utilizadas por la raza de los guajiros; con una guitarra en su espalda, Soledad canta lo que siente y vive lo que canta, su voz potente no ha perdido nada de la pasión de sus comienzos: «César Miguel Rondón es quien me presenta a Willie Colón, él dio un concierto en Caracas y yo me acerqué, tuvimos la oportunidad de conversar un poco, y pude entregarle un demo con unas canciones mías, al cabo de unos meses me llamó desde Nueva York, interesado en producirme un disco». El disco que produjo Willie a Soledad se llama Caribe y es el más vendido por la cantante, quien cuenta con una amplia discografía.

«Willie es un caballero, siempre estuvo pendiente de mí mientras duraba mi estadía en la Gran Manzana», recuerda Soledad mientras ensaya para una presentación en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela. «Él es un hombre muy inteligente, musicalmente muy astuto, donde pone el ojo pone la bala». Colón sonríe al escuchar el nombre de Soledad Bravo y recuerda que se encargó de todos los arreglos, de todas las melodías y de todas las canciones de Caribe. «Ella se parece mucho a mi hermana Cynthia, quizá la llame para hacer otra cosa juntos».

La carrera de cantante de Colón comenzó desde muy joven cuando tuvo que suplantar las múltiples desapariciones de Héctor Lavoe. Y luego de lo que pasó con Rubén Blades, Colón decidió que sería el cantante de su propia música.

Con su canción «El gran varón» logró lo que nunca había conseguido antes en su carrera, un número uno en toda América Latina por más de 10 semanas: «En esos tiempos no se sabía lo que era el sida y Terry, una de las secretarias de las oficinas de La Fania, me dice: ‘Oye, ¿sabes que hay una enfermedad por allí matando a los gays?’, yo pensaba que era un chiste cruel». Pero el chiste no le hacía gracia a nadie pues la epidemia del sida estaba comenzando a afectar a todo el mundo, no sólo a los gays: «Ya había terminado el disco Top Secrets pero tenía una corazonada, así que incluí «El gran varón» en el lp y ése fue el tema que pegó.

La canción comenzó a sonar y las protestas y críticas no se hicieron esperar, los grupos conservadores de la Iglesia y las organizaciones que defendían los derechos de los homosexuales boicotearon el disco. La Iglesia se sentía ofendida porque la canción hablaba de homosexualidad y los grupos progay se sentían ofendidos por la frase: «Palo que nace doblado jamás su tronco endereza».

La figura de Colón sigue brillando con luz propia, El Malo sigue siendo referente en el mundo de la música y no ha perdido la fe en la resurrección, cual ave fénix, del ritmo que se lo dio todo. Tiene confianza en que algo bueno va a pasar. «La salsa puede revolucionarse con esto que vienen haciendo grupos como Radiohead de montar su música por internet, esto puede darle un nuevo oxígeno al género».

Con cada amanecer, nuevas estrellas saltan a la tarima, cantantes como Daddy Yankee, Don Omar o el grupo Aventura le deben mucho a Benny Moré, Tito Puente, Héctor Lavoe y al propio Willie Colón, leyendas que forjaron el camino para esta naciente generación de artistas. Los nuevos saben que tendrán que transitar su propio camino y batallar mucho para poder ocupar, con el paso de los años, un sitial en el olimpo de los grandes exponentes de la música latina.

Pero a pesar de todos, Colón sólo tiene gratitud por la música: «Es la reconciliación de lo que somos, es la explicación de lo que somos. La salsa nació en Nueva York. Los cubanos van a poner el grito al cielo, pero la salsa nació en Nueva York.

En esta ciudad fue donde se fusionaron todos los sonidos del mundo para crear la salsa. La salsa no es un ritmo, la salsa es un concepto». Colón termina su cerveza, se levanta de su mesa y se despide cordialmente de todos los comensales, su manager lo espera en la puerta del restaurante, tienen que llegar a una cita importante en menos de 10 minutos y el tráfico está muy pesado, al fondo aún se escucha el trombón del muchacho que toca en la calle: «Yo le dije a ese muchacho que el camino a la cima está lleno de baches». Mientras se aleja, da la impresión de que Willie Colón sigue sorteando sus propios baches.

By Redacción GrandesGeniosU.co

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